El eco del Puño Negro - capítulo II  

Relatado por Jorge Román

El grupo de aventureros inicia su exploración del templo maldito, y descubren que sus habitantes son más peligrosos de lo que habían imaginado...

3. Ruinas sin luz
Septiembre del 1041 de la Era de la Luz
(sesión del miércoles 30 de enero del 2008)


El aire parece más pesado al interior del antiguo templo. Las paredes de piedra y el suelo de mármol blanco están cubiertos de tierra, musgo, piedras, cascotes y totalmente ennegrecidos por efectos no naturales, según nota Agner. Numerosas secciones del templo están derruidas o debilitadas, por lo que un mal paso o un golpe indebido podrían hacer caer un muro sobre el grupo. Sin embargo, hacia el centro se alza una pared de mármol blanco, totalmente intacta y, aunque manchada por la tierra y el agua, no está ennegrecida como el resto del templo. Esa sección se presenta sin ventanas ni aberturas visibles, por lo cual el grupo decide buscar una entrada. Investigan las habitaciones en ruinas, cubiertas de porquería, huesos y madera podrida. Agner y Gunther revisan los escombros, buscando algo, pero sólo encuentran viejos esqueletos, cuchillería de plata abollada y sucia, cuencos rotos... Y ni rastros de vida. El grupo se divide y avanza en distintas direcciones, investigando los cuartos en ruinas, muchas veces invadidos por ramas espinudas que vienen de afuera.
De pronto, Agner y Gunther, que habían entrado a una habitación, sienten una presencia tenebrosa y tiemblan de pies a cabeza. Ambos sienten un frío glacial que les agarrota los músculos y debilita sus fuerzas. Alzando su antorcha, Agner entiende por fin lo que ocurre: ¡las sombras a su alrededor se mueven y lo atacan! El explorador suelta su antorcha y prepara su arco, mientras grita pidiendo ayuda. Gunther ataca a las sombras con su estoque y su main-gauche, pero los golpes las atraviesan como si no estuvieran allí. Las flechas de Agner, aunque dan en el blanco, no parecen dañar a las sombras. Mientras sienten que las sombras les tocan otra vez el cuerpo, ignorando sus armaduras y agarrotando sus músculos, los aventureros entienden que deben huir si quieren sobrevivir. El resto del grupo llega para ayudarlos, pero los pasillos son muy estrechos para que todos participen del combate. Agner cae al suelo, tan débil que apenas puede arrastrarse. Su piel se ha oscurecido y siente cómo se le escapa la vida. Ragnard dispara su arco mientras Karl ataca con su espada y entre ambos finalmente destruyen a una de las sombras. Luego Thorkrieger alza el amuleto de su dios y lo invoca en un grito, maldiciendo a los muertos vivos: las sombras se disipan en medio de lo que parece un grito mudo, frío. El monje guerrero se acerca a sus compañeros: están demasiado débiles para seguir la exploración, así es que Ragnard sugiere que se alejen del templo y descansen hasta la mañana siguiente, para que se recuperen del daño.
Al día siguiente, el grupo regresa al templo. Ragnard exige que Agner y Thorkrieger vayan a la cabeza del grupo, para que puedan vislumbrar y eliminar a cualquier muerto viviente que encuentren. La exploración continúa sin grandes sobresaltos, aunque se encuentran con algunos zombis y otras sombras, que ahora destruyen con mucha mayor facilidad. El templo, que investigan y revisan con minuciosidad, parece haber sido saqueado en numerosas oportunidades, ya que deben escarbar mucho entre los escombros y la porquería para poder encontrar unas pocas monedas u objetos valiosos. Quizás lo más valioso que encuentran es la espada de Jürgen, la Némesis Espectral, una espada corta de acero fino, con decoraciones de plata envejecida y una hoja de un gris opaco. Thorkrieger confirma las sospechas del grupo: se trata de un arma mágica. Agner, quien encontró la espada, se la entrega inmediatamente a Gunther, el único del grupo que no tiene un arma mágica y, por lo tanto, es incapaz de herir a las sombras.
Los pocos objetos de valor que encuentran son recogidos por Ragnard, quien alega que después se repartirán las ganancias en forma equitativa. Esto no es del agrado de Agner, Karl y Gunther, aunque deciden no protestar.
Las investigaciones les llevan hasta el hall central del templo, donde están las antiguas columnas de mármol derribadas, montones de viejos esqueletos, algunos portando mazas y camisas de malla oxidadas y destrozadas. Varios árboles retorcidos se alzan en la sala, algunos muy por encima del techo del templo, ayudando a cubrir la zona de los rayos del sol. En el centro del hall yacen los restos de una estatua de piedra, que parece haber sido una estatua de minotauro. Junto a ella, un hacha de piedra obsidiana. En otro costado, hay una especie de estatua de madera negra, de tamaño humano, que representa a una bellísima mujer desnuda. Su rostro está desencajado en una mueca de horror y sus manos parecen pedir clemencia, o estar protegiendo su cuerpo. ¿Se tratará de todo lo que queda de la ninfa Alira, de quien les habían hablado los elfos? Thorkrieger intenta percibir el mal, para asegurarse de que ni el hacha ni la mujer de madera irradien mal. En efecto, ninguno de ellos lo hace, pero sí siente una poderosa emanación maligna que viene del sector noroeste del templo. Además, percibe que los árboles y arbustos del bosque rezuman malignidad. ¿Qué oscuros sucesos han acaecido en este templo para que se infectara de tal forma con la oscuridad?
El grupo continúa su exploración y suben hasta los restos de un segundo piso, donde Gunther, haciendo gala de sus habilidades acrobática, evita el frágil suelo para alcanzar un esquinero donde reposan tres libros y de donde obtiene un broche de oro con dos rubíes, que representa el símbolo de Mitra. Aunque trata de esconderlo, Ragnard descubre que algo está ocultando y le exige que lo entregue. Gunther, quien ha escondido el broche disimuladamente, entrega los tres libros. Ragnard y Rolff se muestran poco interesados en ellos, así es que se los reparten entre Gunther y Andrei.
Finalmente, el grupo decide alejarse del templo e ir a descansar al sector sano del bosque hasta el día siguiente. No saben aún qué peligros les aguardan, así es que optan por reponer fuerzas y prepararse para lo que, ellos sospechan, será su última incursión al templo.


4. Memorias de la arboleda maldita
Septiembre del 1041 de la Era de la Luz
(eventos acaecidos fuera de la sesión de juego)



El grupo arma campamento en un claro del bosque, cerca del río Jörmund. Su mula está exactamente donde la dejaron, aunque Andrei teme que la puedan robar, por lo cual decide dejar a su perra, Kory, cuidándola. El grupo come raciones secas y bebe agua, recuperando fuerzas mientras Thorkrieger atiende sus heridas. Agner es el primero en darse cuenta de que su pecho y su brazo izquierdo exhiben una horrible mancha oscura. En esa zona, el explorador siente la piel fría e insensible. Gunther y Rolff también perciben una mancha en su cuerpo, aunque mucho menos extendida que la de Agner. ¿Es que acaso la oscuridad del templo les ha infectado? Thorkrieger revisa las extrañas manchas, pero su magia curadora no es capaz de eliminarlas, aunque los afectados sienten que su piel se entibia y recupera algo de sensibilidad cuando reciben la bendición de Thor.
En eso están, ocupados al atardecer, cuando el grupo es interrumpido por una patrulla de elfos liderados por Anárie, la misma elfa verde que se encontraron hace ya tres días.
—¿Todavía están aquí? —ríe la elfa— ¿Están discutiendo quién entra primero a la arboleda maldita?
Su rostro se pone serio cuando Andrei le explica brevemente que ya han explorado dos veces el templo y que han regresado al bosque sano para buscar refugio por la noche. Aunque tratan de disimularlas, las manchas oscuras en la piel de Agner, Gunther y Rolff no pasan desapercibidas para Anárie.
—Han sufrido la infección de las sombras —dice con voz grave—. Deben tratar esas heridas con compresas de aráberyl y beber infusiones de aranion o se expandirán.
El grupo le pide que se explique.
—Son hierbas del bosque —dice—. Yo les puedo dar algunas, pero necesitarán más.
La elfa abre un saco de cuero en su cintura y les extiende una hierba con pequeñas hojas en forma de rombo. Tiene flores de un verde brillante, que parecen esmeraldas a la luz de la tarde.
—Este es el aráberyl. Es un arbusto al que le gusta el sol, así es que pueden encontrarlo en los claros. De hecho, allí hay uno —dice, indicando un arbusto de un pie de altura junto a un frondoso quillay—. Pero les aconsejo que busquen uno junto a un boldo o una higuera: allí se dan con más fuerza. Deben ser masticadas por alguien sano, mezcladas con saliva, y luego se impregnan en compresas de tela o papel vegetal mojadas en agua caliente.
Luego extrae unas hojas secas, grandes, color verde oscuro, de otro saco. Agner las reconoce como hojas de una maleza que se da bajo los árboles frutales, llamada “hierba del perro”, porque los perros suelen masticarla.
—Pero esa es una mala hierba —dice Rolff—. Tiene un olor horrible cuando se hierve...
—Esta es la aranion, una de las hierbas curativas más fuertes del bosque —dice la elfa—. Las infusiones de aranion no son sabrosas, es cierto, pero ayudan muchísimo a sanar las infecciones y el envenenamiento. Si las secan al sol unos dos días antes de usarlas tendrán un mejor efecto.
Luego de las explicaciones, Anárie se pone en pie y se dispone a alejarse con sus compañeros. Uno de los elfos, más alto y de piel verde oliva, la detiene un momento y le pregunta a los humanos con un marcado acento:
—¿No han visto cuerpos de elfos entre las ruinas?
El elfo se explica: su hermano de sangre fue al templo junto a cuatro camaradas hace cuatro años. Quería encontrar rastros de Alira, la ninfa desaparecida. Por supuesto, los elfos nunca regresaron. Desde entonces que existe la prohibición entre los clanes de elfos del bosque de acercarse a la arboleda.
—La arboleda era sana y vigorosa, hasta hace unos nueve u ocho años, cuando empezó a infectarse con una sombra maligna —cuenta el elfo, que dice llamarse Findár—. No sabemos por qué habrá ocurrido...
El elfo se queda en silencio, pensativo. Por unos instantes, lo único que se escucha es el murmullo del río y el trinar de los zorzales.
—Antes este lugar no era así —dice Anárie—. Yo era muy pequeña cuando el templo era esplendoroso y mucha gente venía a visitarlo. Este camino era muy transitado por viajeros de distintas partes del reino humano. Mi padre dice que el templo estaba erigido en honor a Mitra, el dios Sol, y que los sacerdotes que allí habitaban eran pacíficos y mantenían buenas relaciones con nuestra gente. De hecho, el mismo abad restringía las visitas para evitar que nos incomodaran los viajeros. Pero nuestra gente simplemente se alejó de las inmediaciones del templo, cambiando sus caminos habituales y sus territorios de caza. Es por ello que no supimos del desastre hasta que ya era demasiado tarde.
La elfa relata que, según lo que supieron los elfos, el antiguo barón de Vinnogard ansiaba la fuente de aguas curativas para curar a su ejército y oponer una resistencia más fuerte en su guerra con el marqués de Neretva. Los sacerdotes le negaron las aguas, alegando que no debían ser usadas con fines bélicos. El barón entonces hizo clamar sus derechos sobre las aguas, por estar situadas en los límites de su baronía. Los sacerdotes le explicaron que el templo estaba en territorio élfico, no en la baronía. Por último, el barón le rogó a los sacerdotes que le pasaran el agua, porque sufría una invasión injusta en la que morían muchos hombres. Los sacerdotes le ofrecieron curar a los más graves si los llevaba al templo, pero le prohibieron sacar una sola gota de agua de la fuente milagrosa. Cansado de la discusión, el barón optó por apropiarse de la fuente por la fuerza: haciendo valer un edicto real que declaraba ilegal el culto a los dioses paganos, el barón tomó por asalto el templo y envió un terrible monstruo de piedra que acabó con los sacerdotes y derribó el templo. Sin embargo, el abad, herido de muerte, profirió una terrible maldición sobre la fuente: mientras el barón de Vinnogard ansiara las aguas curativas, éstas serían venenosas para todo el mundo.
Finalmente, la acción armada resultó inútil. El barón, derrotado, abandonó el templo y después de varios años de escaramuzas con el señor vecino, optó por prestar juramento de vasallaje y entregar a su hija en matrimonio con el príncipe del señor vecino. El templo, cuyas aguas estaban efectivamente envenenadas, fue abandonado y devorado por el bosque.
El barón vivió mucho tiempo, y suponen que, cuando finalmente murió, las aguas deben haber vuelto a ser curativas. Pero ya el lugar estaba olvidado, y sólo unos pocos osados se atrevían a realizar el viaje y enfrentarse contra las criaturas que habían hecho de las ruinas su hogar.
—Eso ocurrió hace más de doscientos años —explica Anárie—. A los elfos nunca nos interesaron las aguas curativas del templo, ya que no ansiamos la vida eterna, como los humanos, y muchas de sus enfermedades y males no nos afectan. Sin embargo, de haber sabido que el templo estaba amenazado, seguramente mi gente habría defendido al abad. Pero como les dije, a nosotros nunca nos han atraído los asuntos de los humanos y preferimos evitarlos. Cuando se supo lo ocurrido, ya era tarde.
La elfa suspira y observa al grupo, con una mezcla entre incomprensión y lástima.
—Ustedes son tan extraños. Aman y odian al mismo tiempo. Construyen y destruyen con la misma rapidez. Su peor amenaza son ustedes mismos, y ansían la eterna juventud sólo para poder dominarse mejor unos a otros.
Luego pronuncia unas palabras en su idioma, en voz baja, y levantando brevemente la mano, se despide del grupo, deseándole suerte. Antes de desaparecer junto a sus compañeros, Findár se gira hacia el grupo:
—Les agradecería mucho si pudieran traer los cuerpos de nuestros hermanos para que sean ofrendados a Gaia —dice el elfo, inclinando la cabeza.
Luego desaparecen. Los últimos rayos de sol desaparecen en las montañas, dejando a los humanos solos con sus cavilaciones.

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2 discusiones abiertas

Anónimo  

mmm... "tres libros y de donde obtiene un broche de oro con dos rubíes, que representa el símbolo de Mitra. Aunque trata de esconderlo, Ragnard lo descubre y le exige que se lo entregue, lo que Gunther hace a regañadientes."

Yo no entregue el broche, solo los tres libros.

Man

1 de febrero de 2008, 17:00

Tienes toda la razón. Ya corregí el error.

Saludos...

2 de febrero de 2008, 18:40

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